viernes, 29 de agosto de 2008

Cornisa de la libertad, PARTE I



Pianista de jazz, músico esencial. Jorobado de tanto asumir el teclado, simpatiquísimo, charlatán, arrollador, insolente, original por los cuatro costados, una noche del año 1983, en un teatro que había sido una capilla contó con toda naturalidad que su mama era puta y después volvió al piano y siguió con Brahms


El mono no era como un mono. Era un mono.

Hablaba bastante bien para ser un mono.

Y tocaba el piano demasiado bastante bien, para no ser una persona y ser, como decimos, un mono.

El mono tenía la costumbre de ser singular en todo, tenia cedula de identidad, nombre y apellido y hasta fecha y lugar de nacimiento. Enrique Villegas, 3 de agosto de 1913, Buenos Aires, barrio de Palermo, Republica Argentina. El Mono era un mono urbano.

Lo conocí y lo trate en 1983, unos meses antes de que la democracia no cayera sobre la mollera. Ubiquémonos los militares, vaya a saber si cansados de violar la vida y de violar la muerte, luego de la desguerra de Malvinas y con las cosas de la economía como la mismísima, nos dijeron. Ahí tienen la democracia. Arréglense Nosotros les regalamos el gobierno. Eso si, nos quedamos, claro, con el poder.

…Pero les estaba contando del Mono Villegas. Y aunque parezca que estoy derrapando y alejándome del tema, al Mono quería llegar. Por aquellos años de sangre, de muertos sin sepultura, de alegría obscena campeonato mundial mediante. Por aquellos el Mono tenia la costumbre sus charlas con piano y todo, utilizando ciertas palabras que definan la situación con una eficacia que mas hubieran querido los mas hondos pensadores de nuestra alucinante realidad. En una de las funciones, la segunda que hizo en al Capilla, luego de agradecer el saludo de recibimiento empezó a alejarse del piano con pasitos cortos; cuando llego al borde mismo del escenario, se pu8so la mano sobre las cejas haciéndose una visera porque lo molestaba la luz. Indago unos segundos en la penumbra de la sala y dijo algo que por aquellos años de paternidad militar producía una carcajada fruncida y atravesada de escalofrió. Buenas noches. Tengo que felicitarlos, no puedo menos que felicitarlos, sobre todo a los que tienen menos de treinta años. Aunque hace un frió bárbaro, los felicito calurosamente porque todavía están vivos eso, hoy por hoy, o es una casualidad o es una hazaña.

El Mono Villegas era chiquito, tenia la espalda doblada, cierto andar amortiguado de mono, cara de mono, orejas grandes de mono, pero tenía dientes de conejo, nariz de boxeador y labio de abajo desmesurado y casi colgado. A los siete años fue cuando él empezó a tocar el piano para siempre. Si. El Mono se jorobo tocando el piano; su espalda se hizo como una sandia abajo de su saco. Y su cabeza adelantada guardaba su currículo; de sus setenta y dos años toco el piano sesenta y cinco. Toco en el Colon y en pocilgas, toco en capillas pasadas de incienso y en prostíbulos con olor a creolina y esencia a violetas. Toco por monedas y por cantidades. En Nueva York tuvo su buen cuarto de hora; después de almorzar y cenar a puro café con leche, empezó a codearse con los mayores del jazz, a sur un nombre entre Duque Ellington, Nat King Cole, Count Basie, Cole Porter, Coleman Hawkins, Art Tatum, Bud Powell. Compartio un piano a cuatro manos con Errol Garner. Con ellos anduvo, con ellos respiro musica. Con Cozy Cole grabo un par de longplays. El primero lo hizo en al calle 30 de Nueva York. Grabo siempre lo que le dio la reverenda gana. Siempre cargo con la cruz de que lo consideraran el mejor pianista de jazz. Se la paso aclarando que solo era pianista. Cuando una vez Billie Taylor escribo en Nueva York que los negros no sabían nada de jazz el Mono fue a buscarlo y a felicitarlo y le dijo: No te preocupes, Billie, que los blancos tampoco saben nada. El jazz se escribe de una manera pero se toca de otra.


Extraido de Argentinos en la cornisa, autor Rodolfo Braceli



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