viernes, 12 de septiembre de 2008

Enrique Villegas IV Cornisa de la libertad



...En aquellos días del 83 pude conocerlo, pude estar con el Mono Villegas mas allá de la tensión de un reportaje, allí en la capilla porque yo estaba haciendo mi levespetaculo (sic) La misa pagana. Las funciones de Enrique Villegas incluían a tres pianistas: él, Gerardo Gandini y Manolo Juarez. En el piano de la izquierda, inolvidable, el Mono Villegas. Cada noche el público se quedaba aplaudiendo, como esperando el amanecer. Al final. El Mono salía una vez más a agradecer abrigado con sobretodo, porque hacia un frío bárbaro. En la segunda de esas actuaciones inesperadamente empezó a contar cosas, sonreía y mostraba sus dientes de conejo. Al otro día una hora antes del recital, me puse a charlar con él. Como no me animaba a preguntarle sobre aquella charla, entre grabador y los apuntes, guardo esto:


- ¿Es cierto que duerme diez horas por días?

- Mentira: duermo doce horas y si puedo catorce.

- Por que tanto?

- Apoliyando si hay sueldo que alcance. Peligrosísimo para mi abrir los ojos porque enseguida gasto plata.

- ¿Hay algún proyecto que lo tenga obsesionado?

- Dos: comer langostas.



Y conseguir que una pelirroja se enamore de lo que queda de mí. ¿No conoces alguna pelirroja sin teñir?

- Conozco una sola. Pero es la mujer de una amigo mió.

- ¿Tu amigo tiene buena salud?

- Por que me pregunta eso?

- Porque no me vendría mal que tu amigo se muriera.

- No lo imaginaba, Enrique, deseándole la muerte a nadie.

- La que si deseaba la muerte de ese nadie que soy yo era una tía mía

- Cuénteme.

- Mira, tuve una tía que insistía en que yo fuera un hombre de provecho. Un día estábamos comiendo en casa, con vistas: eructe así: grrrrrrrpp… sin disimulo. Mi tía quiso enterrarme un tenedor entre ceja y ceja. Yo le dije, para tranquilizarla: De chico me palmeabas la espalda para que hiciera provechitos y no se me llenara el cuerpo, y la cabeza también de pedos…Tía, ahora eructo, soy lo que vos querías: un hombre de provecho. Mi tía me deseo la muerte.


- Y la muerte para usted, ¿Qué?

- Nada, la muerte es lo mas seguro que hay en la vida.

- ¿Le produce algún miedo?

- Miedo no, mucha curiosidad.

- ¿Así que esta libre de los miedos?

- Mira, como pianista tengo mis miedos: le tengo miedo a los resfrios, porque me ponen sordo. Y a las diarreas, porque…te la regalo.

- Enrique quiero preguntarle…

- Me vas preguntar porque me dicen Mono.

- No, quería preguntarle por eso que contó anoche en medio del recital: ¿era cierto o era pura broma?

- ¿Anoche?

- Si, anoche, al comenzar el recital, después del primer tema.

- Anoche hace un siglo. ¿Qué dije anoche?

- Dijo cosas…cosas muy fuertes sobre su mama.

- Habré dicho que me jorobo y se murió cuando yo andaba por los seis meses de edad. Se murió jovencita porque estaba enamorada de mi papa.

- No, Enrique, en al función de ayer usted contó cosas… dio a entender que su mama era, digamos, una mujer de la vida.

- ¿Qué hay de malo en ser mujer de la vida? Lo jodido seria ser mujer de la muerte ¿no?

- Usted dijo, si no me equivoco, que era algo así como una prostituta.

- ¿Yo dije eso?

- Dijo eso.

- Te equivocas.

- Ah menos mal.

- Oíste mal: yo no dije que mi madre era prostituta, habré dicho que era puta, cosa así.

- ¿Hablaba en serio?

- Pero que hay de malo: si hubiera dicho que ella era abogada, panadera, farmacéutica, ¿te hubieras escandalizado así?

- Mono, no es lo mismo.

- Como que no. Cada uno en la vida es una cosa. Que se yo: ella era puta y yo soy pianista, fíjate vos.




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